A veces es imposible separar el arte del artista, sobre todo cuando este no puede separarse de él y usa su éxito para causar daño.
Esa es la verdad más profunda: el arte no pertenece al artista (en realidad, no), no después de su publicación.
Una vez publicado, el arte se vuelve relacional. En el momento en que alguien más lo escucha, lo ve, siente algo al respecto o incluso lo malinterpreta, también es suyo. Ahora vive en su contexto, no solo en el del artista. Su intención importa menos que su interpretación.
Es como intentar controlar un rumor que uno mismo ha iniciado. Sí, es posible influir, aclarar y reformular, por supuesto. Pero no se puede recuperar el control de la narrativa. Este se desvanece en el momento en que resuena en otra persona.
Esto también aplica a la crítica de arte. La gente no critica el arte; critica lo que ha vivido. Eso no es una traición. Es la prueba de que tiene vida.
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