Dicen que el cambio es una sensación. Como una emoción. Como el miedo. Pero a veces, cuando todo cambia, nada se mueve en tu interior. Es solo otra mañana. Otra habitación. Otra voz que dice cosas que se supone que te importan.
Esperamos que la transformación se anuncie sola, que se marque claramente en la cronología de nuestras vidas. Pero la mayoría de los cambios son silenciosos. No se sienten como momentos. Simplemente son.
El ciclo se repite: observar, absorber, actuar, repetir. Lo llamamos crecimiento, pero a menudo es solo el refinamiento de los mismos patrones de siempre. Un empaque diferente, el mismo bucle central.
Incluso en la repetición de los días, hay un valor silencioso en el simple acto de pertenecer. No se trata de grandes conversaciones ni momentos brillantes, sino de la comodidad de estar juntos, sin necesidad de decir mucho ni destacar. Hay paz en ese espacio compartido.
Y luego está el pasado. Las personas se desvanecen, pero no se han ido. La vida no termina las cosas limpiamente. No pierdes a las personas por accidente. Simplemente dejas de llevarlas a cuestas
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